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Decreto Virtudes Heroicas

“Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos son altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor, ahora y por siempre” (Sal 131).

El alto nivel espiritual, expresado en las admirables palabras del salmista, se conjuga con el tener conciencia de una vida sencilla y humilde en la que el testimonio al Señor se manifiesta en el ritmo normal de la existencia cotidiana y se vuelca en un horizonte de esperanza para toda la comunidad del pueblo de Dios. Precisamente esta es la principal característica de la vida y espiritualidad del Siervo de Dios José Tous y Soler, cuya personalidad se distingue no por acontecimientos extraordinarios o por carismas particulares, sino por la continuidad de una conducta absolutamente ordinaria, pero rica de compromiso y de gratuita generosidad.

Nacido en Igualada cerca de Barcelona el 31 de marzo de 1811, el Siervo de Dios fue bautizado al día siguiente en la parroquia local de Santa María y recibió los nombres de José, Nicolás, Santiago.

Su familia era muy numerosa, económicamente sólida y sobre todo vivía cristianamente motivada. La infancia de José, por consiguiente, se desarrolló en un ambiente sencillo y sereno, en el que los valores humanos y cristianos se transmitían y se asimilaban de manera espontánea. Recibiendo luego la Primera Comunión, la Confirmación y la primera formación escolar, su personalidad manifestó un creciente interés por el mundo religioso.

Tuvo en aquellos años un acercamiento al mundo del trabajo, ya que el padre era administrador de una empresa. En relación con los obreros, en un clima familiar y tranquilo, comenzó a percibir, junto con la seriedad de la experiencia del trabajo, el sacrificio de la fatiga, el espíritu de colaboración, el sentido de justicia, factores pedagógicos que no dejarán de influir en la formación del pequeño José.

El clima social era, sin embargo, menos tranquilo, ya que por aquel tiempo Cataluña se hallaba envuelta en la guerra de independencia contra la invasión francesa. Una vez que cesaron los conflictos, la familia del Siervo de Dios, buscando un mayor rendimiento a la actividad productiva, se trasladó a Barcelona.
Aquí durante la adolescencia José entró en contacto con el convento de los Hermanos Menores Capuchinos y quedó fascinado del ideal franciscano, de modo que, presentada la instancia, fue admitido al noviciado de la Provincia de Cataluña, vistió el hábito religioso y recibió el nombre de Ildefonso; luego hizo la profesión y emitió los votos y completó el itinerario formativo con vistas a la sagrada ordenación. Se ordenó de presbítero el 24 de mayo de 1834. Como nuevo sacerdote fue trasladado al convento de Santa Madrona en Barcelona.

Sin embargo con el final de la guerra las tensiones sociales y políticas no disminuyeron, al contrario se volvieron cada vez más ásperas y se transformaron en una verdadera persecución en los enfrentamientos con la Iglesia, con particular virulencia hacia las Órdenes religiosas. Se asistieron a tumultos de todo tipo, polémicas ideológicas, supresión de conventos, destrucciones e incendios, exclaustraciones de religiosos y religiosas, asesinatos de sacerdotes, exilios forzados. El Siervo de Dios fue encarcelado con otros compañeros y sucesivamente expulsado de España. Buscará refugio primero en Francia, luego durante un breve periodo en Italia, peregrinando por distintos conventos, hasta que pudo regresar a Barcelona: aquí se incardinó en el clero diocesano y desarrolló el ministerio parroquial en distintas parroquias, pero tanto en su corazón como en su orientación de vida permaneció siendo siempre “un religioso menor capuchino”, adhiriéndose constantemente al carisma franciscano incluso fuera de la estructura institucional.

Un constante espíritu de oración y de recogimiento sostenía el ministerio del Siervo de Dios, que, en comunión con los Pastores de la Iglesia, se proyectaba hacia el servicio de la infancia y de la juventud: de manera particular él favoreció la promoción del mundo femenino, habiendo podido constatar su gran retraso cultural. A la luz de esta intuición se comprenden sus diversas iniciativas, sobre todo la de fundar en Ripoll un Instituto de Religiosas, las Capuchinas de la Madre del Divino Pastor, específicamente orientado a la instrucción de las jóvenes pobres, con el fin de ofrecerles un futuro rico en dignidad. Se configuraba de esta manera un carisma de maternidad espiritual en la escuela de la Virgen María, Divina Pastora de las almas, en la que la vida contemplativa se armonizaba con una intensa actividad pedagógica. El P. José acompañó los primeros pasos del nuevo Instituto, prodigándole celo y sacrificio en medio de dificultades de muy distinto género.

Si, a pesar de tantas adversidades, la salud del P. José iba rápidamente deteriorándose, su espiritualidad se consolidaba cada vez más, hasta llegar a alcanzar, en la fidelidad a los deberes ordinarios, auténticas cimas de heroísmo. La búsqueda de Dios y de su voluntad era el horizonte ordinario de su jornada; la imitación de Jesús Buen Pastor, que recoge a su grey y ofrece la vida por sus ovejas, era su modelo de vida; la devoción eucarística y mariana era su alimento en los tiempos serenos y en los momentos de las pruebas. Dentro de una actitud dócil y sensible, se percibía una fe inamovible, una fortaleza de ánimo, una vigilancia austera.

Murió en Barcelona el 27 de febrero de 1871: la “hermana muerte” vino a visitarlo durante la celebración de la Santa Misa en la capilla de las Religiosas que él había fundado. Debido a esta circunstancia conmovedora, su partida fue considerada por muchos como una señal de predilección por parte del Señor y una manifestación de su interioridad, contribuyendo a robustecer una fama de santidad que, en diversos ambientes, lo había acompañado ya durante la vida.

En virtud de ella, se celebró en Barcelona el proceso Informativo del 10 de junio de 1992 al 16 de julio de 1993, cuya validez jurídica fue reconocida por la Congregación de las Causas de los Santos con decreto del 20 de enero de 1995. Preparada la Positio, se discutió, según el habitual procedimiento, acerca de si el Siervo de Dios había ejercitado en grado heroico las virtudes. Con éxito positivo, se celebró el 4 de junio del 2002 el Congreso de los Consultores Históricos y el 7 de marzo del 2008 el Congreso Peculiar de los Consultores Teólogos. Los Padres Cardenales y Obispos en la Sesión Ordinaria del 18 de noviembre del 2008, oída la relación del Ponente de la Causa, el Excmo. Mons. Pier Giacomo De Nicolò, Obispo titular de Martana, reconocieron que el Siervo de Dios ha ejercitado en grado heroico las virtudes teologales, cardinales y anexas. Hecha finalmente una esmerada relación de todo esto al Sumo Pontífice Benedicto XVI, Su Santidad, acogiendo y ratificando el parecer de la Congregación de las Causas de los Santos, declaró en el día de hoy que hay constancia que las virtudes teologales Fe, Esperanza y Caridad tanto hacia Dios como hacia el prójimo, y que las virtudes cardinales Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza junto con sus relacionadas, fueron ejercitadas en grado heroico por el Siervo de Dios José Tous y Soler, Sacerdote Profeso O.F.M. Cap, Fundador de las Religiosas Capuchinas de la Madre del Divino Pastor, en el caso presente y para el efecto del cual se trata.

Roma, 22 de Diciembre 2008

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